Za Za, emperador de Ibiza , es un tipo con dudoso pasado a sus espaldas pero un presente más bien vulgar, a quien, retirado hoy en esa isla, confunden con un neuroquímico inventor de una sustancia legal casualmente llamada ZA ZA, la cual proporciona la felicidad absoluta a quien la toma. Pero como tras toda actividad legal se acumulan detalles que no lo son tanto, el asunto se complica. Una llamada de teléfono equivocada –nunca hay que coger el teléfono si se trata de números desconocidos- da lugar a la confusión de identidades que a su vez desencadenará una secuencia de acontecimientos que contienen algunas de las reflexiones noveladas más inteligentes que he leído acerca del cruce de la naturaleza humana con la animal: ese momento tan monstruoso como secretamente deseado en el que tanto la cognición animal como la sexualidad animal se identifican con la nuestra, la humana. Se ha dicho de esta novela que es “humorística”, pero tal calificativo así, a palo seco, no le hace justicia: reina el humor, sí, pero se trata de ése que en ocasiones te hiela la mandíbula, el instante en el que sabes que tras la risa tonta hay algo que cuestiona tu naturaleza, algo que, a partes iguales, te atañe como animal y como humano: tomas conciencia del híbrido que eres. Con esa clase de reflexiones que en ocasiones alcanzan la esfera químico-metafísica, está diseñada esta sucesión de escenas que van de lo felizmente grotesco, a la indolencia isleña como símil de la apatía universal, pasando por lo turbio que puede llegar a ser una vida anónima cuando –como en las películas de Hitchcock- un detalle fuera del guión se adueña porque sí de tu vida de la misma manera en que esa sustancia de diseño llamada ZA ZA, disuelta en la red pública de abastecimiento de agua y en los aires acondicionados de bares, tiendas y discotecas, se adueña de la isla de Ibiza. Hay un aire de familia con esos personajes de Germán Sierra en Standars , científicos vendidos al poder y preocupados por hallar en la bioquímica el secreto de la posesión de las almas, o esos personajes de Vincent Gallo, que hacen las cosas tontamente, sabiendo que más allá de su burbuja también hay algo que merece la pena pero les da igual, o ese Bartleby invertido que de pronto dice “preferiría no hacerlo” pero lo hace, o aquella otra manera, cirujana y no obstante abrumadoramente próxima, en que Tabucchi nos hablaba de un isleño cerebral, meticuloso y lleno de rutinas que un día saltan por los aires, llamado Pereira. También un ácido relato de la industria del entretenimiento es Za Za, emperador de Ibiza , una disección de la otra Ibiza, la cutre trastienda de lo que reluce y ciega a los miles que cada verano acuden a esa meca, los intestinos de hooligan que humean tras cada yate, tras cada DJ “mejor del mundo”, tras cada tienda de moda ibicenca que, como sugiere el libro, acaso no será más que el reciclado de la moda que no han querido en ninguna otra parte del planeta; y un relato de la dudosa ruralidad new age también es Za Za . El mundo desde que es mundo no es más que “la expansión de un expolio”, dice uno de los personajes, injusticia a la que otro replica: “pero si todo fuera justo, nunca pasaría nada”. En la risa que produce la grotesca imagen de un enano saliendo del agua de mar como si de Raquel Welch se tratara aparece también el escalofrío de lo verosímil lyncheano. En resumen: no dudo que a las y los seguidores del deporte rey les resulte gracioso que un tipo para conciliar el sueño no cuente ovejas sino repase obsesivamente la alineación del Osasuna, pero para quien no tiene mucha idea de fútbol y le cuesta ubicar a ese equipo en alguna ciudad de la Tierra –tal es mi caso- la imagen se le antoja una definición impresionantemente exacta de lo que podría llegar a ser la soledad en esa fiesta que es Za Za, emperador de Ibiza , llena de personajes que, como se afirma en la novela, “creen haber alcanzado la madurez sin en realidad haber abandonado la infancia.”